Pensar en el 25 de Mayo me recuerda inviernos fríos, disfraces de caballeros, pastelitos y vendedores ambulantes en el escenario de la escuela. Nunca nos quedó muy claro qué era lo que festejábamos. Sólo sabíamos que tocaba bailar el pericón, ponerse la escarapela, llenar de figuritas del Cabildo el cuaderno de clases, y decidir si te tocaba ser negrita, paisana o dama antigua. No mucho más para el recuerdo del acto escolar.
Con el tiempo, al crecer, participábamos de los actos con menos entusiasmo. No había disfraces, murmurábamos el himno con voces adormecidas, a veces escuchábamos algo que nos dejaba pensando...
El Cabildo abierto fue un lugar de expresión de posiciones encontradas, presiones, discusiones acaloradas, debates, y fundamentalmente PARTICIPACIÓN.
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Sin embargo, aún parecen resonar vigentes las palabras de Mariano Moreno, secretario de aquella Primera Junta de Gobierno: " La libertad de los pueblos no consiste en palabras, ni debe existir en los papeles solamente. Cualquier déspota puede obligar a sus esclavos a que canten himnos a la libertad, y este cántico maquinal es muy compatible con las cadenas y opresión de los que los entonan. Si deseamos que los pueblos sean libres, observemos religiosamente el dogma de la igualdad".
Hagamos de este 25 de Mayo, doscientos años después, el renacer de aquellos ideales, hagamos acto nuestros deseos de justicia, de libertad, de ejercicio pleno del derecho. Seamos patriotas mirando al hermano, no permitamos que el individualismo ciegue nuestras acciones. Y trabajemos por un país más justo, más solidario, menos egoísta, más humano.
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